lunes, 25 de mayo de 2020

MANIFESTACIÓN DE CERCANÍA Y PETICIÓN DEL OBISPO

El Obispo de Santa Marta, Monseñor Luis Adriano Piedrahita Sandoval, saludó fraternalmente a los fieles, sacerdotes, religiosos y religiosas de esta Diócesis, y manifestó sus sentimientos de cercanía y condolencias al Alcalde de Pueblo Viejo, Fabián David Obispo Borja, por la muerte de su padre, Genaro Obispo Cahuana y a los habitantes de esa población.  

Con caridad de padre y pastor, expresó su deseo de acompañar siempre a dicha comunidad, especialmente en estos momentos duros debido al Covid 19, pues hay aproximadamente cien personas contagiadas y otras fallecidas. Dejó clara su solidaridad con tantas personas que sufren, demostrando así, que es un Obispo con “olor a oveja”, como pide el Papa Francisco, de acuerdo a la Palabra de Dios en Ezequiel 34, 23: "Pondré a la cabeza de las ovejas a un pastor único para que se preocupe de ellas, a mi servidor David. El será su pastor". 

A su vez, teniendo en cuenta la Exhortación Apostólica “Pastores Gregis” (Sobre el Obispo Servidor del Evangelio de Jesucristo para la Esperanza del Mundo), de San Juan Pablo II, que invita a “afrontar los desafíos de la hora presente, de manera que el Obispo sea profeta de justicia y paz, defensor de los derechos de los pequeños y marginados”, pidió a las autoridades departamentales y nacionales, la disposición para acompañar a esta comunidad tan desprotegida y en condiciones difíciles, tanto en lo material como en el acoso que produce el Covid 19. Al final Monseñor se dirigió a las poblaciones vecinas, entre ellas: Palmira, Isla del Rosario, Tasajera, Nueva Esperanza y les envió su bendición. 



miércoles, 20 de mayo de 2020

LO QUE NOS DEJA EL CORONAVIRUS

La experiencia que hemos vivido con la epidemia del Coronavirus ha sido de una condición impensable, inesperada, inimaginable, además de universal y dolorosa, que ha afectado casi todos los aspectos de nuestra realidad personal y social. 

Sobre las causas que dieron origen se dan varias hipótesis: La primera versión afirma que surgió en un mercado en Wuhan, China, donde comercian animales salvajes. Otra versión afirma que se originó en un laboratorio donde se llevan experimentos científicos, sin las debidas precauciones. Una más, dice que se originó intencionalmente con fines desconocidos.

De todas maneras, se trata de una situación que en diferentes proporciones han aparecido en la historia de la humanidad: desde las famosas plagas bíblicas en Egipto, siguiendo con las pestes que se han dado durante las grandes épocas de la humanidad, Antigua, Edad Media, Moderna, y terminando en tiempos más cercanos con la gripe española, el Ébola, etc.

Aquí podemos encontrar una primera lección que nos deja la contrariedad de hoy: La conciencia que hemos de tener de nuestras limitaciones humanas, pues somos seres frágiles, débiles, indefensos, sometidos a cualquier clase de adversidad que supera nuestras previsiones y capacidades, lo que nos debe llamar a la humildad, a ser menos propensos a creernos prepotentes, inmortales, a creernos dioses, dueños y soberanos  del mundo, que podemos disponer a nuestro antojo de las cosas creadas sin respetar el orden establecido por Dios.

Podemos hacernos la pregunta, que tal vez algunos se han podido plantear, y de pronto respondido afirmativamente: ¿Es esta epidemia, como las otras, un castigo divino?

Definitivamente, Dios no quiere el mal para los hombres y, por tanto, no está en su mente infligirlo. No es correcto atribuir a Dios la inédita y difícil situación que ahora padecemos con el COVID 19. Sin embargo, toda situación humana de esta naturaleza como la epidemia del Coronavirus que ha producido tantas muertes y sufrimientos, pérdidas económicas, y seguramente más pobreza en muchos, es consecuencia en último término del pecado original, es decir, de la rebeldía del hombre contra Dios y contra su Soberanía, apartándose del proyecto que en su sabiduría ha diseñado para este mundo en el que vivimos.

Sea que la epidemia haya sido por causas naturales, creada por el hombre intencionalmente o no, podemos decir, que Dios no la causa pero si la permite porque está en Él respetar la libertad humana y los procesos naturales que se rigen por las propias leyes que Él ha dispuesto desde la eternidad.

Dentro de esta perspectiva podemos mirar la situación que ahora nos aflige como una señal, un signo, una alerta, un llamado de Dios, que nos está invitando a reconsiderar y rectificar nuestro camino como familia humana y ajustarnos a sus designios y mandamientos.

Volver a Dios, reconocer su soberanía sobre el mundo y la historia humana, respetar sus normas, leyes y preceptos, acondicionarnos nuevamente al proyecto que Dios ha tenido al crearnos a imagen y semejanza suya, administradores de la creación, no sus dueños, para que vivamos en comunión, como una familia, la estirpe del género humano, con Él, con los demás y con la naturaleza.

En este sentido hemos de sacar nuestras conclusiones, las enseñanzas y llamados que nos ha ofrecido el estado de pandemia actual. Entonces, cuando todo vaya pasando hemos de ir retornando lo que se ha llamado “la Nueva Normalidad”, no solamente con normas de higiene y sanidad con las que hemos de aprender a convivir con ellas de ahora en adelante, sino con otra clase de normas de carácter superior pues toca nuestros comportamientos éticos y evangélicos.

Hemos de aprovechar la lección para comprender que nuestra vida social, como pertenecientes que somos a la familia humana, requiere una gran dosis de responsabilidad social y solidaridad de parte de todos con el fin de buscar superar nuestras carencias y alcanzar un mundo mejor. “Si algo hemos podido aprender en todo este tiempo, nos decía el Papa Francisco en estos días, es que nadie se salva solo. Las fronteras caen, los muros se derrumban y todos los discursos integristas se disuelven ante una presencia casi imperceptible que manifiesta la fragilidad de la que estamos hechos”.

Y continuaba diciéndonos: “En este tiempo nos hemos dado cuenta de la importancia de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral. Cada acción individual no es una acción aislada, para bien o para mal, tiene consecuencias para los demás, porque todo está conectado en nuestra Casa común; y si las autoridades sanitarias ordenan el confinamiento en los hogares, es el pueblo quien lo hace posible, consciente de su corresponsabilidad para frenar la pandemia. Una emergencia como la del COVID-19 es derrotada en primer lugar con los anticuerpos de la solidaridad”.

Unido a este propósito está naturalmente el compromiso de construir un mundo nuevo en la justicia y en la equidad, una tierra para todos, dirigiendo nuestra mirada a millones de personas que en la normalidad de la vida viven ocultas en su pobreza ante la mirada indiferente de muchos, y que la circunstancia actual ha sacado a la luz con tanta evidencia. En ese sentido son igualmente muy valiosas e inquietantes las reflexiones del Santo Padre (Me ha parecido oportuno que este artículo sirva de cauce para trasmitir a nuestros fieles textualmente algunas de las reflexiones con las que el Papa nos ha iluminado en estos días), cuando dice:     

“¿Seremos capaces de actuar responsablemente frente al hambre que padecen tantos, sabiendo que hay alimentos para todos? ¿Seguiremos mirando para otro lado con un silencio cómplice ante esas guerras alimentadas por deseos de dominio y de poder? ¿Estaremos dispuestos a cambiar los estilos de vida que sumergen a tantos en la pobreza, promoviendo y animándonos a llevar una vida más austera y humana que posibilite un reparto equitativo de los recursos? ¿Adoptaremos como comunidad internacional las medidas necesarias para frenar la devastación del medio ambiente o seguiremos negando la evidencia? La globalización de la indiferencia seguirá amenazando y tentando nuestro caminar… Ojalá nos encuentre con los anticuerpos necesarios de la justicia, la caridad y la solidaridad. No tengamos miedo a vivir la alternativa de la civilización del amor, que es una civilización de la esperanza: contra la angustia y el miedo, la tristeza y el desaliento, la pasividad y el cansancio. La civilización del amor se construye cotidianamente, ininterrumpidamente. Supone el esfuerzo comprometido de todos. Supone, por eso, una comprometida comunidad de hermanos”.

Todo esto tiene que ver con la visión recortada que solemos tener de nuestra vida humana, una visión que se queda con lo accesorio, lo superfluo, lo accidental, lo inmanente, lo pasajero, lo que no trasciende, lo que puede movilizar el egoísmo humano, y deja de lado lo que es esencial y verdaderamente perdurable. 

A propósito del pasaje bíblico de “la tempestad calmada”, el santo Padre nos hacía la siguiente llamada de atención: “La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad. La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas ‘salvadoras’, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privandonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad….

….Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos”.

Termino, a modo de conclusión, con otras palabras iluminadoras del Papa en las que nos recuerda que al fondo de todo está el llamado a volver a Dios, a convertirnos a Él y a colocar toda nuestra confianza en Él, pues Dios, que es nuestro Padre, nos acompaña por los siglos de los siglos en el Señor Resucitado y en el Espíritu Santo, como nos lo prometió: 

“El Señor se despierta (en medio de la tempestad) para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor. En medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado. El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la llama humeante (cf. Is 42,3), que nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza. Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar. Es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad. En su Cruz hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar. Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza”.


+ Luis Adriano Piedrahita Sandoval
                                                                                Obispo de Santa Marta






domingo, 10 de mayo de 2020

FELIZ DÍA DE LAS MADRES

Muy queridas mamás: 

Un saludo cariñoso me permito dirigir a todas las madres de familia en su día. Esta vez, contamos con la oportunidad de celebrar este tradicional día del año desligado, en alguna medida, del espíritu comercial con el que nuestra sociedad de consumo promueve esta celebración. Así, será más fácil reconocerles la presencia luminosa que ustedes, queridas mamás, ocupan en el seno de sus hogares, de la sociedad y de la Iglesia. 

Al encontrarnos celebrando el tiempo de la Pascua somos convocados a contemplar fascinados en la persona del resucitado la belleza de Dios que en su actuar se distingue por amarnos hasta la entrega de su propia vida en su Hijo. 

Dicha belleza que comienza a insinuarse en la creación, nuestra casa común, se refleja especialmente en el ser humano, hombre y mujer, creado a imagen y semejanza suya, e irradia particularmente en la belleza de la mujer que, como madre de familia, ha aceptado generosamente ser santuario de la vida humana, lugar donde nace la vida, espacio donde dicha vida se cuida y se cultiva como un don precioso venido de Dios, imagen viva del amor maternal de Dios.

Con este espíritu, felicito a todas las mamás, invocando de Dios su bendición sobre todas ustedes para que el Señor les enriquezca siempre en la fe, les conserve en la salud espiritual y física, les sostenga en la perseverancia en el amor, les de fortaleza en las adversidades, paciencia en las contrariedades, y tengan la recompensa primera del cariño respetuoso del esposo y de los hijos. 

Saludo particularmente a aquellas mamás que se atreven y pueden traspasar la frontera del amor familiar, para servir generosamente a los que viven en la necesidad, al desarrollo de la sociedad, a la construcción espiritual de la Iglesia. Me dirijo especialmente a aquellas mamás que dedican parte de su tiempo a servir en el seno de nuestros grupos de Iglesia y comunidades parroquiales. 

Menciono de una manera especialísima a las mamás de los sacerdotes, siendo fieles en ayudar a hacer de sus hogares semillero de vocaciones al sacerdocio por medio de una fe madura, de una entrega abnegada, de un amor a la Iglesia, de la piedad y la devoción, y a la manera de María, han sido generosas en ofrendar a la Iglesia para la obra del Señor al hijo sacerdote y acompañarlo solícitamente.         

Saludo a las mamás que, por alguna circunstancia, son incomprendidas, maltratadas, victimizadas por la violencia, heridas en su amor maternal, y pido para ustedes una bendición divina especial. 

Recordando a las madres difuntas, pido al Señor para que descansen de sus fatigas en el banquete del amor del Padre como fieles servidoras que se sumaron a la larga lista de mujeres, entre ellas, nuestra madre la Virgen María, que han ocupado un puesto distinguido en la historia de nuestra salvación. 

Felicitaciones. Dios las bendiga a todas.    

+ Luis Adriano Piedrahita Sandoval
                                                                                Obispo de Santa Marta