El Divino Niño, desconocido por sus criaturas, va a tener
que acudir a los irracionales para que calienten con su tibio aliento la
atmósfera helada de esa noche de invierno, y le manifiesten con esto su humilde
actitud, el respeto y la adoración que le había negado Belén. La rojiza
linterna que José tiene en la mano ilumina tenuemente ese pobrísimo recinto,
ese pesebre lleno de paja que es figura profética de las maravillas del altar,
y de la íntima y prodigiosa unión eucarística que Jesús ha de contraer con los
hombres. María está en oración en medio de la gruta, y así van pasando
silenciosamente las horas de esa noche llena de misterio. Pero ha llegado la
medianoche, y de repente vemos dentro de ese pesebre, poco antes vacío, al divino
Niño esperado, vaticinado, deseado durante cuatro mil años con inefable anhelo.
¡Oh adorado Niño! Nosotros también, los que hemos hecho esta novena para prepararnos
al día de tu nacimiento, queremos ofrecerte nuestra pobre adoración. ¡No la
rechaces! ¡Ven a nuestras almas, ven a nuestros corazones llenos de amor!
Enciende en ellos la devoción a tu santa infancia, no intermitente y sólo circunscrita
al tiempo de tu Navidad, sino siempre y en todos los tiempos; devoción que
fielmente practicada y celosamente propagada, nos conduzca a la vida eterna, librándonos
del pecado y siembra en nosotros todas las virtudes cristianas. Como compromiso para este día alrededor del pesebre comprometámonos con una obra social de la Emisora Comunitaria Voces 89.4 fm.
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